Otro 24 de febrero y como poco, desenvuelvo tu imagen del envoltorio de
los recuerdos. Desde este otro lado, desde donde te escribo… ese lado donde se
dice que pasan las cosas, poco hay de nuevo. Yo me hago mayor, mama se niega a
envejecer y tus nietos van creciendo. El mayor es todo un hombre ya…, porque es
ineludible el paso del tiempo.
Me gustaría decirte que soy muy feliz, sin
embargo, algo me die que tú ya sabes cómo están las cosas. Ya ves, sigo siendo
aprendiz en este difícil arte de vivir, y quizá, nunca aprenda todo cuanto
baste. Me viene a la memoria, entre las
nebulosas de los sueños, una tarde lluviosa en la casa del pueblo. Habías encendido
la chimenea y atizabas con las tenazas el fuego… Sobre la mesa había una caja
de colores, pero yo hacía garabatos sobre un papel con un lapicero.
—
Papa ...
—
¿Qué?
—
No, nada.
No me miraste, pero yo podía ver
a través de tus pupilas azules, la danza de las llamas como en un espejo,
mientras apilabas las brasas, una a una, para mantener vivo el fuego. Entonces, sin
levantar la mirada, dijiste:
—
Cada cosa que sucede en la vida, viene con una caja de colores de regalo…
que se ponga rosa, o se vuelva negro, será cosa del lápiz que escojas para
pintar.
Desde entonces, no he dejado de trazar líneas rosa, o nubes azules sobre
papeles negros, y aunque es cierto que el negro no desaparece, un poco se
suaviza. También es cierto que he matizado con grises algunos papeles blancos…
Porque también recuerdo oírte decir, que en la vida, nada es totalmente blanco o negro…, que en
medio, siempre hay un gris.
—
Se dice que el blanco es la
ausencia absoluta de color,
pero en realidad resulta de la superposición de los
colores luz, verde, rojo y azul,
mientras que, el negro, al que se le supone la
suma de todos los colores en la misma proporción,
le basta con el cian, el
magenta y el amarillo.
Resulta obvio entonces, que la vida está llena de
colores.
Ver las cosas desde la prospectiva del blanco o la del negro, depende solo de ti.
Parecía fácil al escucharte… Pero he de decirte, papa, que muchas veces
no pinto porque el papel ya viene pintado. Que a veces, aunque resulte
arriesgado, puedo cambiarle al dibujo algún esbozo, o entrecruzar nuevas líneas que se abren a los
caminos… Pero otras, no sé si las que menos o las que más, no me queda otra que aceptar los trazos que
vienen marcados… Y eso, para qué decirte, que … Me disgusta.
Esa parte de mí que se aferra a tu recuerdo,
sigue llorando por tu ausencia desde el silencio. Pasan los años, pasa el tiempo,
se desvanecen los paisajes en el polvo del viento, pero los rosales que plantaste, a pesar de ser
viejos, siguen brotando invierno tras invierno, inmortales, como el halo de tu
existencia en la memoria.
Dama de seis