sábado, 14 de febrero de 2015

DIALOGOS CON EL RELOJ VI : Dubrovnik-Ragusa / "La hija del este"

Fotografía de A. Freile


           El horizonte prendido en llamas y en él, el piélago fundido en mareas de amarillo y rojo, 
sobre un profundo suelo marino.
       Añil marino en brisas de brea y sal. 
Fotogramas impresos en la retina para no olvidarse jamás. 
Dubrovnik – Ragusa y una historia de amaneceres en tejados rojos sobre la espalda desnuda. 
Una ciudad reconstruida por el último verso de sus islas y el sosegado oleaje de un mar abierto a las mareas victoriosas… 
Aguas cristalinas que se adormecen al remanso de sus bahías, invitando a un nuevo viaje. 
Y no sé por qué, enlacé ese recuerdo, 
con una novela leída hace tiempo, “La hija del este”, de Clara Usón… 
Tal vez, la clave cuelgue de los matices con los que se vestía el rojo sobre la inmensidad del índigo, y que, sutilmente, a través del explícito de cañones y fortalezas, me hablara de guerra. 
Y la guerra, como soldado fiel y combatiente, me capturara para llevarme de la mano hasta aquellas páginas un día abiertas…  Tal vez.
           O quizá, con ese rojo hervir de la sangre que nunca se vuelve agua, simplemente, en un presente evaporado, surcara de nuevo el océano de la distancias,” hijos, padres”, “ayer, mañana” con un relato de leyenda que habitaba en mi memoria… Quizá.
          O bien, no fuera más que el halo expandido en rojo y marino, de la historia de la propia historia.
 Un legado siempre vigente.   
Un mapa de tesoros escondidos  cuyas coordenadas  descubro a medida que vivo y que, 
de un modo u otro, conforma  parte de mi “yo”.
    Rememoré “La hija del este”, si. 
Y como un arrebato que gira de repente, porque así son los pensamientos y las ideas, 
me deslicé por los párrafos escritos entre líneas y consideré, 
con visión nueva, 
cómo trascienden inevitablemente, en mayor o menor medida, 
los actos de nuestros progenitores en nuestra propia existencia.
 En cómo nosotros, a un tiempo,  perpetuamos en un tatuaje albino,
 nuestros aciertos y errores sobre la piel de nuestros hijos. 
Y en cómo… 
Ni siquiera un gesto mínimo, es intrascendente. 

Dama de seis