Hoy de regreso a casa,
me pierdo, como lo hago casi siempre.
Quizá la fuerza de la costumbre me lleve
inconscientemente a hacerlo una y mil veces, o quizá sea que mientras me
pierdo, me escapo furtivamente del mundo que conozco para franquear las
fronteras de territorios recónditos y
eso en el fondo, me gusta.
Tengo la
certeza de que todos los caminos conducen a algún lado,
y mientras me
desoriento en algún punto lejano,
me diluyo en la inexistencia del tiempo, ese parámetro
abstracto del que a menudo somos esclavos.
Pero esta tarde no hay prisa.
He
abierto la palma de mi mano y he soltado tiempo.
No hay minutos ni horas, sólo
un cielo denso en grises púrpura.
Una luz extraña que se colora en nimbos y se filtra en haces de cálido rosa.
Sigo por esta carreta angosta que serpentea por algún meridiano entre las
montañas y la costa,
aunque ignoro la distancia entre lo uno y lo otro,
lo
mismo que ignoro si estoy más cerca o más lejos de aquella que es mi casa…
Me imbuyo en un atardecer
de violetas difusos sobre el compacto plomizo de nubarrones,
que amenazan
tormenta.
Una cortina de agua se extiende, extraña, como trasportada desde otra
biosfera,
en tanto que el cielo se muda por el sutil que amarillea en la flama de una
vela.
Llueve, es una lluvia intensa.
Se encasquilla el compact para que Adel cante una y otra vez “Set fire to the rain”.
Y le prendo fuego a la
lluvia yo también en formas violetas que,
le descubren a mis ojos un trigonométrico
arco iris.
Me venzo ante tanta belleza
y perdida en algún punto del planeta,
agradezco,
no el extraordinario obsequio violeta,
si no disponer de ojos para
recibir su magnificencia.
http://youtu.be/d9bB8csLSug
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