Fotografia de A. Freile
Alta marea.
Pulso de un mar inmenso que me torna acróbata, sobre un trapecio de crespones.
Quizá sea éste el aliento último… Las olas que infinitas, poco a poco se templan, con el rojo de la tarde.
Pulso de un mar inmenso que me torna acróbata, sobre un trapecio de crespones.
Quizá sea éste el aliento último… Las olas que infinitas, poco a poco se templan, con el rojo de la tarde.
Ah!, alta marea. Alta marea que late, ahora encendida
por el rumor de la sangre que hierve.
Sólo una gaviota perdida, cruzando en sombras el horizonte, cambia el desolado paisaje. Fénix del último ciclón. Y apenas, apenas un débil claro en el cielo, apunta con la yema del dedo el leve solsticio de la esperanza. Un índigo plácido y calmo que se estrena en blanca bruma, sobre mi barca.
Sólo una gaviota perdida, cruzando en sombras el horizonte, cambia el desolado paisaje. Fénix del último ciclón. Y apenas, apenas un débil claro en el cielo, apunta con la yema del dedo el leve solsticio de la esperanza. Un índigo plácido y calmo que se estrena en blanca bruma, sobre mi barca.
Relampaguea.
Todavía relampaguea y truena mientras arde
mi piel desnuda bajo la sal que abrasa, en una sutil silueta, del acero que
templó la fragua.
Y lo confieso, siento fatiga…y hasta un soplo de halito vital siento, que me falta!
Mas…
Alguien habrá de tomar el timón y hacer virar la barca, porque a mástiles quebrados “soto vento”, de los bodegones habrá aún que achicar el agua para no naufragar. Pero es a “contra vento”, que arrumba mi nave y osa bregar por unas cuantas millas.
— Cosa de locos sería permanecer a merced de la engañosa mansedumbre de la corriente. A tanto que me resulta evidente, que su tentáculo doliente, no es otro que el fruto gestado en el vientre de otro lugar. El vientre de la tormenta que genera, el ojo del huracán — me digo.
Y lo confieso, siento fatiga…y hasta un soplo de halito vital siento, que me falta!
Mas…
Alguien habrá de tomar el timón y hacer virar la barca, porque a mástiles quebrados “soto vento”, de los bodegones habrá aún que achicar el agua para no naufragar. Pero es a “contra vento”, que arrumba mi nave y osa bregar por unas cuantas millas.
— Cosa de locos sería permanecer a merced de la engañosa mansedumbre de la corriente. A tanto que me resulta evidente, que su tentáculo doliente, no es otro que el fruto gestado en el vientre de otro lugar. El vientre de la tormenta que genera, el ojo del huracán — me digo.
Mantener
firme el timón frente al tridente de Neptuno, que de rodillas así mismo se desafía,
ofreciéndome en prenda y sin recato, el canto de las nereidas olvidadas, como un
sortilegio de flautista con el que dirigir mis pasos, no es fácil… Sin embargo, aún en alta marea y en noche
cerrada, lucen las estrellas…
Ah, del barco! — escucho en la distancia. —
¿Y vos, quien sois? — pregunto.
No dice nada.
Tampoco es que me importe mucho, porque sin tardanza, puedo reconocer a Ulises escapado de su propia odisea.
Me basta con mirar sus ojos para oír los cánticos de sus sirenas. Pide el permiso para amarrar su navío cerca del mío. Me muestra un jardín de corales rosa, suaves esponjas y caracolas….
De tiempo, que en su horizonte divisa sólo mi barca — Me dice. —
Le inquieta que sin importar la dirección del viento, ni el recio de la tormenta, la proa de mi velero acierte en apuntar al norte…—
¡Qué ironía! — Le digo —
Es que acaso no habéis advertido que, mi nao navega y sólo navega… sin más brújula que el alba en el horizonte?
Acaso no habéis observado en el izar de las velas, como rugen, gimen y tiemblan a contra vento, y que para seguir avanzando en tales circunstancias, hay que plegarlas y hacer uso de los remos?
Acaso no os asoma la idea de que quién a contro vento navega, pocas veces en avistar tierra halla motivos para anclar en ella.
¿Y vos, quien sois? — pregunto.
No dice nada.
Tampoco es que me importe mucho, porque sin tardanza, puedo reconocer a Ulises escapado de su propia odisea.
Me basta con mirar sus ojos para oír los cánticos de sus sirenas. Pide el permiso para amarrar su navío cerca del mío. Me muestra un jardín de corales rosa, suaves esponjas y caracolas….
De tiempo, que en su horizonte divisa sólo mi barca — Me dice. —
Le inquieta que sin importar la dirección del viento, ni el recio de la tormenta, la proa de mi velero acierte en apuntar al norte…—
¡Qué ironía! — Le digo —
Es que acaso no habéis advertido que, mi nao navega y sólo navega… sin más brújula que el alba en el horizonte?
Acaso no habéis observado en el izar de las velas, como rugen, gimen y tiemblan a contra vento, y que para seguir avanzando en tales circunstancias, hay que plegarlas y hacer uso de los remos?
Acaso no os asoma la idea de que quién a contro vento navega, pocas veces en avistar tierra halla motivos para anclar en ella.
— No
temáis. Nada he de pediros — replica —
Ah!, — suspiro— ¿Cuántas veces no habré oído
eso?
Me
pregunto, cómo podrían los mástiles de
mi humilde carabela, remolcar el galeón de
Ulises, con tanto que aún me queda en achicar el agua de la tormenta… Por tanto
que aún me queda…. Si rezuma de mis
anclas, la lluvia ácida sin bandera, del último asalto pirata…
(Dama de seis)
(Dama de seis)
No hay comentarios:
Publicar un comentario