Fotografia cortesia de Rosa Maria Serrano
Días atrás….
Y era
ya diciembre. Como un soplo, se habían sucedido los días y con ellos las
semanas y los meses al ritmo de ese marcapasos llamado tiempo que, nunca se
detiene y cuya cuenta, es siempre una cuenta hacia atrás.
Demasiados
quehaceres quizás. Quizás demasiados pespuntes que tejer sobre los ropajes del
corazón. Quizás, y sólo quizás.
Quién
sabe por qué, a veces, el invierno arrima con la calidez de una primavera
anticipada. Sin embargo, aquel día era grato sentir el viento aullar con
dulzura y dejarse acariciar el rostro por sus dedos húmedos de brea y de sal y en
lugar de la nieve, contemplar como seguían floreciendo las rosas en el rosal…
Era
ya diciembre, y las tiendas, las calles, los rostros foráneos que le salían al
paso, vestían la campanilla de la Navidad. Para ella, como para tantos otros,
la Navidad estaba aún por aterrizar un día cualquiera (que se convertiría en un
día particular), en una terminal de aeropuerto con una maleta, un billete de
ida y vuelta y unos zapatos de claqué para bailar sobre las agujas del reloj el vals de la cuenta atrás. Cuenta atrás para el arribo. Cuenta atrás para la repartida. Y
la Navidad envuelta en ese tupido velo de emociones que se conjugan en el corazón para enmudecer
las palabras, y en donde el abrazo, la
mirada, el gesto, lo dicen todo, mientras la vida se viste con un enorme lazo
rosa y se perfuma de azúcar y chocolate.
Era ya diciembre y ese día, caminaba despacio sobre el borde de una
playa lejana. A su lado, una voz amiga
llegada de la infancia como un regalo, la conectaba a un latido del tiempo
con aroma de lapiceros y cuartillas, tiempo con
sabor a gominolas y pompas de chicle en
las ventanas del colegio, tiempo que podía devolverle una estampa en sepia de las escapadas a
hurtadillas en las horas de recreo, para dejarse robar el primer beso… Y recordó
que por aquel tiempo, ella ya pintaba su casa en el sol.
Escuchando
aquella voz amiga y sus cascabeles en los vértices cruzados de la distancia, pensaba
en cómo los años cristalizan sobre los huesos y en cómo la vida deja sobre la
piel de cada cual su propia marca a fuego. Se asomó entonces de puntillas al baúl de la
memoria para reencontrarse con las ausencias. Algunas ya insalvables, otras, pura
ausencia en la ausencia. Y recordó también otros diciembres de años atrás, en los que había guardado minuciosamente los particulares de
una perdida casa en el sol. Pudo evocar las formas de aquellos armarios armados con pedacitos de
estrellas, donde no existe un sitio para el dolor. Las almohadas de nubes que por
cada desaliento, como un motor, eran capaces de generar las nuevas alas de los sueños y hasta recordó, un pedacito de arcoíris
que dormitaba casi olvidado en el fondo de un cajón… Era un particular e improvisado caleidoscopio llegado de algún misterioso lugar y pegado a su mano al nacer. Con él, se podía admirar el mundo multiforme y multicolor. Recordó las manos pequeñas que cosidas a sus
faldas dejaban ir una constante lluvia de amor. Las mismas manos que ahora más crecidas,
la fundirían en un abrazo y le traerían la Navidad con su propio caleidoscopio. Otros diciembres, si. Una madre y un niño. Una
casa en el sol.
Y Hoy….
Sin
haberse desprendido aún de la resaca
navideña, otro año está a punto de abandonar el calendario. Apenas quedan unas
horas para iniciar un nuevo año y con él, renovar promesas y propósitos. Sin
embargo, ella lo sabe. Sabe que este año que se despide, es un año distinto, se quebró en febrero y ya no se recompuso. A
diferencia de todos los demás, para este año que se va, no puede hacer un balance fiable. Ha sido un año de inversiones a largo plazo, de encuentros
y reencuentros entrañables. Algún desengaño. Despedidas dolorosas. Crecimiento y
cambios cuyos resultados, sólo podrán ser visibles más adelante.
No
hay más propósito para el nuevo año que vivir como ella sabe, aunque se
olvidara de hacerlo por demasiado tiempo. Y ahora que finalmente recordó que tiene esa casa en el sol,
con sus armarios de estrellas, sus almohadas de nubes y un pedazo de arcoíris en
un cajón… Ahora, ha llegado el momento de habitarla de nuevo.
Diciembre – Enero. 2015- 2016….
Una madre y jovencito apuesto. Famila. Un océano de sueños.
Partidas, reencuentros. Vida en la vida y …
Una casa en el sol.
Les deseo a todos un muy Feliz Año Nuevo 2016. Y
cada uno, encuentre su propia casa en el sol.
Dama de seis.
Evocador y auténtico, Antonia. Todos tenemos esa casa en el Sol, pero describirla tan bellamente como tú haces sólo está al alcance de muy pocos. Es un placer.
ResponderEliminarGracias, Rafael. Tus palabras me halagan, solo puedo añadir, otro gracias, también por ser y por estar.
EliminarUn abrazo.