jueves, 2 de marzo de 2017

A TI PADRE, OTRO VEINTICUATRO DE FEBRERO


Fotogrfía de Antonia Freile


Dicen que debo dejarte ir
¡Como si no te hubieras ido ya para siempre!...
Tus ojos los cerró un sol resplandeciente
                                                                                            pero que será que desde entonces,
                                                                                               cada veinticuatro de febrero llueve...

Llueve en el ángulo oscuro del silencio
donde me escondo para seguirte queriendo…
¡Padre, padre! —  dejo ir en un suspiro,
y regresa tu risa en el velo de tu mirada celeste
mientras acaricio en fotos sepia tu recuerdo.
                                                              ¡Ah, qué ingrata esta ausencia que duele!

¡Qué frágil este tiempo ido!
 Tiempo en el tiempo que no conoce olvido
solo la costumbre de un pretérito infinito…
Te quise, te quiero y te querré siempre
con la resignación que dejan los ausentes,
que no es nada la muerte
en la memoria de los vivos…
                                                                     Apenas un soplo de viento entre los olivos.



 Fotografía de Antonia Freile

Dama de seis



5 comentarios:

  1. Relato emocionante . Nunca deberían dejarnos , siempre se necesitan

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  2. Relato emocionante . Nunca deberían dejarnos , siempre se necesitan

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    1. Gracias, Gumer. Ciertamente nunca es el momento de decir adiós a quienes amamos ... Pero sobre todo a quienes nos dieron la vida, nos crecieron con sacrificios y renuncias y nos educaron bao el halo del amor más puro y desinteresado que existe...
      Besos. Siempre es un placer tu visita.

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  3. Intensa elegía la que has escrito, Antonia. Imposible que no aflore alguna perla líquida en los ojos... Un abrazo.

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    1. Gracias por tus palabras, Rafael, y por esa sensibilidad manifiesta. Acariciamos los recuerdos con los dedos del alma mientras buscamos esas sabias palabras que fueron la guía en tiempos difíciles, ese abrazo que reconforta cuando hace falta ... y al fin, nos cruzarnos con el látigo de la ausencia arañándonos la piel.
      Abrazos.

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