Toda
la noche lleva el perro aullando en la calle. La mano de su dueño anda
desaparecida, borrada quién sabe dónde. Se me antoja un grito de soledad que
araña esta noche sin luna.
No hay luz desde hace horas. Un
desfase de corriente nos tiene a todos a oscuras. Enciendo una vela y bajo la
temblorosa danza de su llama, acaricio los bordes de un juego de plumas que un ángel caído del cielo, las hizo llegar a mis manos anteayer por la
mañana. Cuatro plumines de gráfico divergente acompañan a una; para la otra, un estilete
argentado por donde la tinta, corre veloz.
En las cuerdas de este espacio dilatado, pareciera
que el reloj de las décadas ha girado a la inversa para devolverme a la
adolescencia y a esas noches de insomnio, donde a escondidas, al refugio de la
luz de una vela para que nadie me viera, escribía poemas prohibidos, sin darme
cuenta siquiera, de estar diseñando los trazos de mi propio interior…
Por
aquel entonces, el suave rumor de la pluma girando sobre el papel era ya mi
música preferida… Ella era la voz, el grito silencioso que se revelaba con un
destilado íntimo que, los folios en
blanco absorbían y luego, fieles a los secretos que contenían… Permanecían mudos
en el cajón, únicos testigos que atesoraban
pedazos de alma.
Los
avatares del tiempo y las circunstancias, un día, dejaron la pluma dormida en
un ángulo del pecho… No había tiempo. La vida corría y corría deprisa en un
sucederse tan caótico y acelerado que un segundo, era ya un segundo tarde…
Mil
girones de piel entre tartas de cereza, rejas de acero en castillos de
papel, amplias vías, estrechos senderos con cien torres de Babel y … A pesar de que cada uno de esos entresijos me obligaba a
derramar tinta, la pluma alquimista permanecía quieta y muda.
Afuera todo sigue oscuro, pero aquí,
envuelta por el aura de la candela prendida, tomo mi cuaderno de notas, ese con
las cubiertas de cuero grabado que alguien, hizo para mí. La pluma danza,
mágica, dando forma a estas líneas por las que la tinta fluye, palpitante, con
la inmanencia del corazón para poder decir, humildemente: “Gracias...
Muchas gracias”
Este
relato lleva las directrices de las enseñanzas de mi padre, y mi agradecimiento
a Isabel Gálvez y Xavier Muñoz.
Dama de seis
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