jueves, 17 de septiembre de 2015

CON LA PLUMA Y LA VELA








Toda la noche lleva el perro aullando en la calle. La mano de su dueño anda desaparecida, borrada quién sabe dónde. Se me antoja un grito de soledad que araña esta noche sin luna.
          No hay luz desde hace horas. Un desfase de corriente nos tiene a todos a oscuras. Enciendo una vela y bajo la temblorosa danza de su llama, acaricio los bordes de un juego de plumas  que un ángel caído del cielo,  las hizo llegar a mis manos anteayer por la mañana. Cuatro plumines de gráfico divergente  acompañan a una; para la otra, un estilete argentado por donde la tinta, corre veloz. 





   En las cuerdas de este espacio dilatado, pareciera que el reloj de las décadas ha girado a la inversa para devolverme a la adolescencia y a esas noches de insomnio, donde a escondidas, al refugio de la luz de una vela para que nadie me viera, escribía poemas prohibidos, sin darme cuenta siquiera, de estar diseñando los trazos de mi propio interior…  


Por aquel entonces, el suave rumor de la pluma girando sobre el papel era ya mi música preferida… Ella era la voz, el grito silencioso que se revelaba con un destilado íntimo  que, los folios en blanco absorbían y luego, fieles a los secretos que contenían… Permanecían mudos en el cajón,  únicos testigos que atesoraban pedazos de alma.
Los avatares del tiempo y las circunstancias, un día, dejaron la pluma dormida en un ángulo del pecho… No había tiempo. La vida corría y corría deprisa en un sucederse tan caótico y acelerado que un segundo, era ya un segundo tarde…
Mil girones de piel entre tartas de cereza, rejas de acero en castillos de papel,  amplias vías, estrechos  senderos con cien torres de Babel y …  A pesar de que  cada uno de esos entresijos me obligaba a derramar tinta, la pluma alquimista permanecía quieta y muda.


          Afuera todo sigue oscuro, pero aquí, envuelta por el aura de la candela prendida, tomo mi cuaderno de notas, ese con las cubiertas de cuero grabado que alguien, hizo para mí. La pluma danza, mágica, dando forma a estas líneas por las que la tinta fluye, palpitante, con la inmanencia del corazón para poder decir, humildemente: “Gracias...
 Muchas gracias” 


Este relato lleva las directrices de las enseñanzas de mi padre, y mi agradecimiento a Isabel Gálvez y Xavier Muñoz.

Dama de seis


 




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