Octubre empezó regresándome a Italia, cuando aún bailaban en mi retina las vistas aereas de Croacia y los tejados rojos de Dubrovnic.
El aeropuerto de Malpensa, mantenía su olor a viejo en el sobrio verde-oscuro de paredes de posguerra. El reencuentro con las costumbres y la lengua fué de sopetón.
La Estación Central, majestuosa, permanentemente en obras, seguía alzando sus cupulas de acero al cielo, en ostentación del poder fascista por orden de Mussolini. Un cruce de vias y poderes, de trenes en un laberinto de arribas y abajos, de estaciones, metros y distancias.
Había regresado a Milán unos cuantos
siglos más tarde. O eso creía yo.
Porque el andar por aquellas
calles, antaño a diario transitadas, por
otros motivos y en otras circunstancias, en algún momento... me hizo temblar el
corazón. Acababa de alzarle la cubieta a albún de incontables páginas, y las imagenes se derramaban ausentes, sin rostro y sin voz, hasta que... De aquel parque de suelas
gastadas, de pañales y biberón, danzando en las partículas del tiempo, resurgían las risas y las
lágrimas que dejé olvidadas en el cajón de la incomprensión.
No había cambiado el otoño. Casi nada había cambiado, salvo yo. Las aceras, ni más estrechas ni más anchas, ni más cortas ni más largas, seguían cubriéndose de
crujiente hojarasca. El cappuccino y el café, venían, como siempre, acompañados por un bombón, bajo el mismo
telón de cielo gris. Pensé entonces, en las veces que en aquel pasado, ansié el sol y el
horizonte azul del mar. Mi mar. Mientras,
año tras año, veía como el otoño se
vestía en la niebla. Como la nieve de invierno cubría por completo los jardines de blanco y el viento del
norte, soplaba demasiado helado por ventanas y rejas.
Más adelante, llegarían las templadas lluvias que harían crecer ,en
verdes ramas la primavera y como un
milagro, despuntarían otra vez, flores entre la
hierba.
En esta ocasión, Milano, me aparecía más sosegada y
hermosa… Quiza fuera porque comprendiera, que sólo se
perdona, aquello que no tiene memoria.
Dama de seis.
Muy bellamente escrito, transmites gran serenidad. Haces las paces con tus recuerdos y se nota... Un abrazo, Antonia.
ResponderEliminarGracias, Rafael. No podemos desprendernos del pasado, a fin de cuentas es lo que forja nuestro presente. El tiempo no cura nada, pero nos enseña a vivir con aquello que fué. Así que, mejor llevarse bien con los recuerdos. Un fuerte abrazo, amigo.
Eliminarun grande amore non dura una vita,ma, te la cambia per sempre..
ResponderEliminarCertamente. Anche se io sono dil parere che grandi amori, quelli veri, cappitano una sola volta nella vita, é altretanto certo che a nulla serve tutto il grande o vero di questi amori... Se i destinatari non gli apprezzano. L'amore si capisci dal cuore.
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